La FA es la arritmia crónica
más frecuente, con una prevalencia que se dispara
a partir de los 65 años. Constituye un factor
de mal pronóstico; de hecho, si se eliminan el
resto de factores patológicos asociados, e independientemente
de su etiología, la mera presencia de la FA duplica
la mortalidad.
La morbimortalidad de la FA viene determinada por sus
principales características fisopatológicas.
Su presencia favorece la dilatación de las aurículas,
por lo que es una arritmia que tiende a cronificarse;
la ausencia de la contracción auricular dificulta
el llenado ventricular, sobretodo si los ventrículos
tienen la distensibilidad disminuida; las respuestas
ventriculares rápidas y mantenidas deterioran
funcional y estructuralmente el miocardio ventricular,
y la ausencia de contracción auricular induce
la formación de coágulos en su interior,
convirtiéndose en el principal foco de embolias
sistémicas.
Estas características son determinantes de los
objetivos del tratamiento: restablecimiento precoz del
ritmo sinusal, control de la respuesta ventricular y
profilaxis del embolismo sistémico, pero las
prioridades terapéuticas dependerán más
de la presentación clínica.
En caso de compromiso hemodinámico, los objetivos
prioritarios serán la estabilización hemodinámica,
la cardioversión inmediata y el tratamiento etiológico
cuando sea posible; por lo que el paciente deberá
ser manejado de forma urgente en el ámbito hospitalario.
Si el paciente se encuentra hemodinámicamente
estable, también deberá ser remitido de
forma urgente para cardioversión si existe certeza
de que la evolución de la arritmia es menor de
48 horas. En los pacientes con un primer episodio de
FA de evolución incierta y sin compromiso hemodinámico,
el control de la frecuencia cardiaca y la profilaxis
del embolismo sistémico constituyen los objetivos
terapéuticos, y ambos pueden alcanzarse de forma
óptima en el ámbito de la Atención
Primaria.